En Uruguay existen distintos tipos de ambientes
naturales
que se diferencian entre sí a simple vista y que todos somos
capaces de percibir como diferentes, tales como la pradera,
los ambientes
costeros, los humedales o el monte indígena. En el caso de
este último, dicha percepción se basa en que las especies
leñosas destacan sobre las muchas otras especies que
componen
el ecosistema monte indígena.
El concepto de "ecosistema monte indígena"
resulta útil para comprender que el monte no es simplemente
un conjunto de árboles y arbustos, sino un sistema complejo
donde una infinidad de seres vivos interactúan entre sí
y con un medio físico con determinadas características.
Este sistema es el resultado de millones de años de
evolución
y de la adaptación de todas esas especies en un sistema del
que todas se benefician y que por ende se convierte en
estable a lo
largo del tiempo.
El elemento primordial de todo ecosistema es
la energía
solar, que posibilita la elaboración de materia orgánica
(fundamentalmente en las hojas) a partir del carbono
atmosférico
y de los elementos inorgánicos que sirven de nutrientes
(normalmente
extraídos del suelo por las raíces). En general, las
únicas especies capaces de aprovechar esa energía para
producir materia orgánica son los vegetales y por eso son
denominados
productores primarios. En el caso del monte indígena, estos
productores primarios son vegetales como árboles, arbustos,
hierbas, cañas, tunas, helechos, musgos, trepadoras,
epífitas,
y otras, que en su conjunto sirven de sustento a la mayoría
de las demás especies animales y vegetales que habitan el
monte.
Los productores primarios tienden a
distribuirse en
el monte en aquellos sitios que mejor se adaptan a sus
necesidades.
En el caso de los árboles y arbustos, aquellas especies con
mayores requerimientos hídricos (como el sarandí, el
sauce o el mataojo) se instalan dentro o cerca del agua, en
tanto
que las mejor adaptadas a situaciones de escasez de agua
tienden a
ubicarse en la parte externa del monte (como la aruera, el
espinillo
o el molle).
Sin embargo, el agua no es el único elemento
que determina la distribución de los productores primarios
dentro del monte, sino que también resultan determinantes
elementos
como las temperaturas extremas, los tipos de suelos, la
luminosidad,
la humedad atmosférica, los vientos. Ello explica que
algunas
especies subtropicales sólo se desarrollen en el norte del
país (como el guayubira, cambuatá, ibirapitá,
timbó). También explica que haya especies que necesitan
protección contra el exceso de insolación, las heladas
o los vientos, sin la cual no podrían sobrevivir.
Todos esos factores, a su vez, determinan la
distribución
de los vegetales en el plano vertical, donde algunos sólo se
establecen en las partes más sombreadas, en tanto que otros
requieren de una insolación más intensa. En el caso
de estas últimas especies, algunas pueden ubicarse en el
medio
del monte en caso de que puedan competir en altura con las
demás
y llegar así a la cubierta superior del monte. Algunas lo
hacen
por sí solas, en tanto que otras lo hacen trepándose
o adhiriéndose a las partes más altas de los árboles
para así acceder a la iluminación requerida. En el caso
de los arbustos o árboles más pequeños que requieren
mucha insolación, normalmente se ubican en la zona externa
del monte donde no deben competir por la luz con otras
especies de
mayor altura.
Esas distintas cualidades de las especies
vegetales
del monte son las que aseguran la supervivencia del conjunto
cuando
se producen perturbaciones que lo alteran sustancialmente,
ya sean
naturales o resultado de la acción humana. Por ejemplo, una
perturbación puede resultar de una inundación o un temporal
que tira abajo algunos árboles, dejando así un claro
en el monte. Un fenómeno similar puede ocurrir por la
intervención
humana, que corta una sección del monte. Algunas especies
(llamadas
pioneras) se ven favorecidas por esa perturbación y pasan de
ser minoritarias a ser las predominantes en esa parte del
monte. Ello
se debe a su mayor facilidad para nacer y desarrollarse sin
la protección
de las demás, en condiciones de exposición a una gran
luminosidad, a temperaturas extremas y al viento. El
crecimiento de
esas especies permite luego que las demás puedan volver a
desarrollarse
al amparo del ambiente generado por éstas y eventualmente
llegar
a reconstituir un monte con una composición de especies
similar
a la que había antes de la perturbación que lo afectó (...)
Parte del primer capìtulo del libro MONTE INDIGENA
Mucho más que un conjunto de árboles
por Ricardo Carrere.